Nadie es inmune a la ansiedad y de vez en cuando todos podemos sentirla.
De hecho cuando nos enfrentamos a circunstancias adversas, peligrosas, la respuesta normal de nuestro organismo es prepararse para la acción, es decir, se prepara para enfrentarse al peligro. Esto es lo que se conoce como respuesta de “ lucha o huida”. Por ejemplo, si vamos caminando por la calle y vemos venir hacia nosotros un vehículo a mucha velocidad, nuestro cuerpo se preparará para “huir” de esa situación de la siguiente forma :
-“Los músculos se tensan, se acelera el ritmo respiratorio junto con el corazón y salimos corriendo hacia un lugar seguro, esto implica una activación del sistema nervioso simpático, o lo que es lo mismo, un aumento de nuestra ansiedad.”-
En este caso, el peligro es real y la respuesta de ansiedad nos ayuda a salir ilesos. Por tanto tenemos que considerarla, como un mecanismo de protección que tiene nuestro organismo, y que entre otras, produce respuestas físicas como: tensión muscular, cambio en la manera de respirar y aceleración cardiaca.
La respuesta de “ lucha o huida” o ansiedad puede darse ante cualquier amenaza inminente percibida por la persona sin importar que ésta sea física, psicológica o imaginaria.
Cuando nos enfrentamos a un peligro inminente real, que requiere adoptar una acción rápida y efectiva ( por ejemplo al ser atacados por alguien en la calle), la respuesta de ansiedad es adecuada y útil. Sin embargo, a veces la respuesta de ansiedad puede llegar a desencadenarse dentro de nuestro organismo incluso cuando el peligro no es real, sino que es nuestra interpretación particular de la situación la que la etiqueta de peligrosa o amenazadora, bien porque anticipamos consecuencias desagradables, sin saber realmente lo que va a ocurrir ( ej: “ Me voy a equivocar, no lo haré bien” ) o bien por el cúmulo de situaciones sin resolver durante un tiempo prolongado ( ej: situación laboral precaria, deudas y problemas familiares).
Las manifestaciones físicas de la ansiedad pueden incluir : palpitaciones, opresión en el pecho, sudoración, sequedad de boca, un incremento del deseo de defecar u orinar, dolor de cabeza, sensación de hormigueo, mareos, tensión muscular, entre otros. Estos síntomas físicos van asociados a pensamientos catastróficos, desagradables o exagerados , del tipo: “ voy a volverme loco”, “ no puedo controlarme” ´,“ tengo una enfermedad grave”, “ me van a rechazar”, etc…
Existe un trastorno de ansiedad cuando una persona desarrolla manifestaciones físicas y/ o psicológicas de ansiedad en ausencia de un estímulo provocador, es decir, cuando la ansiedad está presente la mayor parte del día y no existen circunstancias reales que justifiquen ese estado.
El objetivo del tratamiento psicológico es ayudarle a desarrollar unos mecanismos de defensa que le permitan enfrentarse a sus problemas, de tal manera que la ansiedad pueda ser mantenida bajo control dentro de un nivel razonable y sano.